miércoles, diciembre 24, 2014


"Thus bad begins and worse remains behind"  este verso de Shakespeare que se traduce por "Así empieza lo malo y lo peor queda atrás"da título, uno más, a la reciente novela de Javier Marías. Es una frase que leemos en varios momentos de la novela, el más significativo ese en que Beatriz Noguera se suicida.

El argumento de la novela puede ser el siguiente: el joven Juan de Vere trabaja como secretario  y traductor en casa de Eduardo Muriel, un director de cine de segunda fila cuya relación con su mujer se basa en el rechazo, el desprecio y la súplica por una falta que ella cometió en el pasado.  Juan, el personaje desde el cual nos es relatada la historia, recibe a su vez el encargo de sonsacar a un amigo  de Muriel, el doctor Van Vechten, acerca de unas supuestas actuaciones de abuso con mujeres durante el franquismo.

Ese parece ser uno de los temas centrales de la novela y del autor: la necesidad de hurgar y juzgar el pasado de las personas o, por contra, la conveniencia del olvido. Cómo la ocultación de un hecho del pasado de alguien puede condicionar y modificar toda su vida. Otros temas tratados son la amistad y su fidelidad más allá de las circunstancias, el deseo, el amor, el sexo, el paso del tiempo, el abuso de poder de los vencedores de la guerra civil, el orgullo de los vencidos en la postguerra, la rentabilidad del victimismo en el presente, el poder de la rumorología en el concierto social porque "uno tiende a creer lo que se le relata".

domingo, septiembre 21, 2014

 Está basada en la autobiografía de Solomon, un mulato afroamericano nacido libre en el estado de Nueva York que fue secuestrado en el Distrito de Columbia en 1841 para ser vendido como esclavo y que trabajó en plantaciones en Lousiana durante 12 años hasta su liberación.

Peli dura, al borde de lo que la sensibilidad acepta; pero eso sí, muy bien ambientada, vestuario, escenarios... preciosa.
El director no juzga al personaje ni sus decisiones. Isabelle no es prostituta por razones económicas. Es más bien una experiencia, una forma de rebeldía de una chica con una vida perfecta; aunque las razones que llevan a la joven a verse con hombres mayores (por un alto precio, el equivalente a su belleza) quedan un poco difuminadas. No busca el placer sexual, lo que le gusta es la excitación de guardar un oscuro secreto.

Impresionante la protagonista, cómo logra transmitirnos emociones a través del lenguaje gestual
Falso biopic de Dave Van Ronk por los hemanos Cohen. No tiene mucho argumento pero se respira una época, un lugar y un movimiento cultural. Rezuma Bob Dylan, Dave Van Ronk por todos sus fotogramas, y el Village, y el Gaslight, uno de los garitos donde los primeros cantautores folk actuaban por lo que diera la gorra. Es la época acústica pre-Beatles, luego vendría el Rock. Greenwich Village por aquel entonces fue un hervidero de cultura y bohemia, frecuentado por hipsters y beatniks en horas bajas.

lunes, agosto 11, 2014

Esta novelita es un poco atípica dentro del conjunto de la obra de Galdós, por el enfoque del tema y por no poderse encuadrar dentro del Realismo ni del Naturalismo, novela de tesis o novela histórica.

Nos cuenta la historia de Tristana, una linda y virtuosa señorita cuyo padre al morir confía su tutela a Don Lope, personaje donjuanesco en horas bajas que la tiraniza hasta deshonrarla. Pero sucede algo previsible y es que Tristana se enamora de un joven, Horacio, y a espaldas de Don Lope sobrellevan un noviazgo solo interrumpido por un inevitable viaje familiar del joven. En su ausencia Tristana cae enferma y le amputan una pierna. En un primer momento Horacio se conmisera de ella pero al poco muestra desinterés y Tristana cae abatida y se desenamora cuando él vuelve.

La fantasmagoría del amor queda en evidencia, la realidad los conduce a él hacia otra mujer y a ella a resignarse a Don Lope.

La dificultad de ser mujer en un tiempo y en un país como el que denuncia Galdós, aun sin establecer una tesis, sin tomar partido, solo describiendo unos hechos con magnífica verosimilitud.

Mujer moderna Tristana, a imagen de la Isabel Archer de Henry James.

"Aborrecía del matrimonio, teníalo por la más espantosa fórmula de esclavitud"

 "Ilusión cursi, buena para horteras" (matrimonio)

Mujer que aspira a ser autosuficiente y a vivir, enamorada e independiente, de una profesión artística.

Diferencia: Isabel Archer lucha y consuma ese ideal. Tristana lucha por su ideal pero le sobreviene la tragedia.

lunes, julio 21, 2014


Esta poesía vive en la playa, en la superficie hermética de bruma y luz de una playa en otoño; es piedra lavada pero tenaz contra el desgaste, vientos que arrancan silbos de sol, áureos y minúsculos granos de arena cuya esencia mineral es símbolo de todo lo existente.

Mediante un monólogo prolongado que se frangmenta en distintos poemas con entidad poética propia pero que engarzan un totum poeticum conceptual y unitario el poeta nos pretende revelar lo absoluto mediante la reflexión en torno a una piedra arrastrada a la orilla. Gaditano, conocedor del mar, canta al escarabajo que escribe en la arena, a la imagen extraña de un mirlo junto al mar, al vacio, y a la finitud.

Entrelineas se lee otro libro con un mar más brumoso y menos visual. Por dentro o por debajo resuena otro eco absolutamente doliente: algo que no se consuma y que consume al poeta, una queja existencial, un no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, un canto a la piedra que no siente pero perdura en el tiempo (por contraposición al ser que deviene en nada), la conciencia lacerante de ser menos que una piedra, de ser nada.

lunes, julio 07, 2014

 
 
A pesar de la polémica y del revuelo mediático que ha provocado este libro, la línea de pensamiento que sigue no es completamente nueva. La tesis que apoya dista muy poco de la de "Anatomía de un instante" de Javier Cercas.  El Rey pidió la dimisión a Suárez, luego indujo el golpe de estado del 23 f. Borboneó con Arias Navarro y luego con Suárez. Suárez luchó por una democracia real y la defendió por encima de sus propias ambiciones personales y también por encima del Rey, dignidad muy rara la suya siendo político.
 
A ratos parece una novela negra: pistoleros de la Triple A, de Fuerza Nueva, asesinatos de los abogados laboralistas de la calle Atocha, militares que amenazan pistola en la mesa al mismo presidente del gobierno para coaccionarlo, golpe de estado, conspiraciones. Monarquía como poder fáctico, el poder militar postfranquista nostálgico y reacio a supeditarse constitucionalmente al poder civil
 
Si es verdad lo que aquí se cuenta, el "Campechano" se extralimitó mucho y muy gravemente.

miércoles, junio 18, 2014

La noche tenía ese aire de derrota que se respira en la canción "Suspicious mind", que últimamente no paraba de sonar en mi cabeza. Me evocaba la visión de un Elvis de enormes gafas y atuendo de marciano interpretándola. La noche era decadente como Elvis, llovía fuerte y el viento arreciaba sobre los toldos movedizos, todo lo cual hacía recordar los mares nórdicos que nunca había visto, pero que poblaban mi imaginación desde que leí Moby-Dick. Me sentía urgido a entrar en un pub antes de irme a dormir. Subimos la calle Modesto Lafuente muy dubitativos, pensando uno en el otro más de la cuenta. Una vez en la barra del Sheridans ella se alisó el vestido y me dijo: "cariño, no te pongas zalamero". Yo me fijaba en sus labios de negra y en sus ojos mesopotámicos que parecían sugerir un "no pero sí": no lo conseguirás pero inténtalo. Así que sí, coqueteamos, la iluminé con el reflejo de mi anillo de zafiro, única herencia de mi abuelo, la cual me envió desde París cuando dejó la presidencia de las Cortes. Intenté atraerla pero sin mucha determinación, y sin un plan previo, pasando por alto el juego de seducción al que muchas veces me entregaba con disciplina. Pero no era mi día. Había recorrido medio país al volante de un coche pequeño y viejo, estaba cansado y esta pantera era lo primero que había podido encontrar. Me has hechizado, le dije, descorrió la comisura de sus labios y esbozó una de esas sonrisas que ponían al descubierto los dientes parcialmente, que lucían blancos como la nieve, y por lo demás, un blanco desacostumbrado en toda su persona. Aquella sonrisa era anterior a la creación del mundo.
La había encontrado en Atocha una hora antes, salía del restaurante en el que trabajaba.-Uhmmmm, me voy a tener que ir ya- me dijo- mañana jueves trabajo. La abordé antes de que pudiese reaccionar cognitivamente (me interesaba su subconsciente no lo que pensara o dijera, pues las primeras conversaciones con gente desconocida siempre son lo mismo: palabras dirigidas a sí propia desde su instinto de autoprotección y, sobre todo, palabras inocuas proferidas en aras de una supuesta corrección social o conforme a una ley del decoro). -Ella-decía la negra-era una mujer normal, pero de pies a cabeza. "Yo soy lo que soy, no más, una mujer normal de pies a cabeza". Mientras él observaba su nariz chata y su pelo duro como la rodilla de Robocop.
"Normal", detesto esa palabra, su significado pedestre, el tono en que se suele pronunciar y aún a aquellos que la emplean, casi siempre a la ligera y sin ningún sentido de la exactitud. Pero ella no era normal, solo había que verla.



Oh, sabes que estamos atrapados en una trampa,
no puedo salir,
porque te quiero tanto nena.

jueves, mayo 15, 2014

           Es tan gran novela, tan sobreabundante en todo tipo de méritos, tiene tan buena prensa, es tan empalagosa la crítica diciendo lo fascinante que es, que no hay manera de complacerse en ella. La quise leer con profunda atención a fin de captar lo singular y se me hizo pesada. Están muy bellamente descritas las escenas, pero el desarrollo es lento, agotador. por tanto buenísima novela...que no he disfrutado nada.
            He leído algunas obras de este autor: Papel Mojado, El desorden de tu nombre, Cuentos de adúlteros desorientados, Laura y Julio (mi favorita), Dos mujeres en Praga, El Mundo. Más allá del tema de cada una, siempre me había seducido su prosa tersa, la profundidad psicoanalítica, el sentido del humor un tanto absurdo y la técnica narrativa.

            En la mujer Loca hay de todo esto; sin embargo, desde mi punto de vista, no hay algo muy importante: sorpresa.

      Novela epistolar muy bien escrita (¿existe o ha existido quien escriba mejor que Delibes?) pero muy carca. Suena retrógrada toda esa retórica del cortejo, y arcaica esa concepción del amor desigual en que el enamorado babea ante una dama esquiva y desdeñosa.

     Eugenio, un periodista jubilado, inicia correspondencia con una mujer más joven que él a la que conoce a través de la sección de contactos de un periódico. A medida que se  suceden las cartas, Eugenio extrema su confianza con Rocío a la vez que aumenta el deseo por conocerla. Eugenio se comporta como un frusco casposo, le cuenta todo tipo de  intimidades, le cuenta su vida, la de sus hermanas y amigos; en cambio, Rocío lo reprende, le da largas y lo hace sufrir. Sobre todo cuando le envía una foto en que aparece en bikini. Aunque no conocemos las cartas de ella, de las de él se transluce lo ingrata que es Rocío, también lo insincera pues al final se descubre por una carta que le remite un amigo a Eugenio que con quien quería relaciones la señora no era con Eugenio sino con él, su amigo. La foto de la piscina era falsa y todo lo demás fingido.

La novela encierra una sátira sobre la ingenuidad del amor.

    "Me hacen gracia los andaluces siempre y cuando no sienten plaza de graciosos oficiales"-se dice en una de las cartas. Y se nos presenta una andaluza, Rocío, falsa, maliciosa y nada graciosa.

martes, abril 15, 2014

LA GORGONA MEDUSA


          
La ciudad elegida fue Vigo. No es una ciudad especialmente bella como destino veraniego pero pensaba en un hotel donde a lo lejos pudiera levantarme viendo las Islas Cíes. Ese hotel, con  gusto antiguo, estaba situado frente al puerto marítimo donde tantos y tantos gallegos marcharon a las Américas. Pasear por ese casco antiguo un tanto decrépito no consiguió estimular mucho mi ánimo pero al menos había cambiado de aires. Mientras tomaba un café observaba escrupulosamente a todo aquel que pasaba.  En aquella terraza se cruzaban niños, abuelos, jóvenes... y todos ellos me incomodaban. Me recordaban mi soledad. “Todos tienen una vida, menos yo”, pensaba para mis adentros. Y era así, no tomar decisiones, evitar sentir afecto y darlo era uno de mis mayores temores en la vida y desde luego consiguió aislarme cada vez más del mundo. En el fondo sentía envidia de todos aquellos que reían y paseaban, ya nunca volvería a ser uno de ellos. 
Envidia sana-me decía, pero esa autojustificación no me deparaba ninguna paz. Ahora no, imposible. Ante mí misma no podía fingir; además, me acordé de mis lejanas clases de latín, de un texto en que aparecía una variante de oxímoron: la Contradictio in adjecto. Pues eso, lo de “envidia sana” no era más que eso, una contradicción en el adjetivo, una lastimosa contradicción. La envidia nunca podía ser sana, si acaso moderada, por convenir en que un sentimiento así podía admitir gradación positiva.

La idea de verme a mí misma como una envidiosa, no obstante, me avergonzó. Y la perspectiva de sentirme una frustrada, una amargada de la vida me horripiló de tal forma que decidí dejar de pensar y centrarme en el mundo visible: el ventoso y soleado día de verano, los culos de los que paseaban por el paseo marítimo, los códigos QR en un poste publicitario o en el costado de una furgoneta frigorífica, el éxito del carril bici recientemente inaugurado en la ciudad, las transparentes gotas de agua del mar que al chocar en el rompeolas a intervalos de treinta segundos, remontaban el vuelo como canicas arrojadas al aire por la mano juguetona de un niño díscolo. Empecé a darme cuenta de que observar el exterior era mejor que no hacerlo; además, me reconciliaba con mi deseo de evitar sentir afecto y darlo, que era uno de mis mayores temores. Esto, sin embargo, no debió ser suficiente pues decidí marcharme y dejar para otro momento esa novísima actitud contemplativa ante la vida. Ni siquiera esperé a que el camarero viniera a mi mesa a entregarme la cuenta. Me dirigí hacia la barra y la pedí con una voz que no me oía desde hacía muchas horas. Carraspeé para aclarar, emití una interjección moduladora, me salió una vocecita inaudible, una especie de grito silencioso, luego un exabrupto, y por fin mi voz clara y sin arrugas. Pero al camarero todo esto le pareció una especie de jeróglífico, y me miraba como quien mira la piedra Rosetta con gafas de sol detrás de un retén de turistas chinos armados de cámaras fotográficas. La confusión se disipó enseguida. Un plato pequeño con la cuenta se deslizó sobre la vitrina del mostrador bajo el cual un bogavante con las dimensiones de un bolso de mano articulaba sus afiladas pinzas en el mismo momento que sacaba mi monedero.

Era hora de volver al hotel. Pretendía ver el atardecer desde el ventanal con vista a las Islas Cíes. Había abrigado la melancolía de ver tenderse el sol en las playas de esos islotes. ¿A qué había venido si no? Crucé una pequeña plaza, pasé ante una iglesia, dos iglesias, tres iglesias, -una más y me pongo a gritar-me prometí, y lo siguiente fue una oficina de Caixa Galicia. Esto hizo que el momentáneo mal humor se transformara en asco. -Mira que es feo un cajero automático, y gris, y frio, y poco ecológico. Al pronunciar esta última palabra comencé a evocar mentalmente actos que fueran poco ecológicos: la explosión de un pozo de petróleo, una fuga de gases tóxicos en una planta nuclear, los vertidos de desechos de productos químicos al mar… pero corté la enumeración en este punto pues habían acudido a mi mente las palabras de un humorista de moda: “no hay cosa menos ecológica en el mundo que pegarle a una foca con un lince ibérico”.  

Había demasiados cajeros automáticos. Los centros históricos de las ciudades de nuestro país poco distaban unos de los otros por culpa, entre otras cosas, de la presencia de esas terribles máquinas que escupen dinero y te preguntan indiscreta, cansinamente en qué idioma deseas operar, como si nos fuese dado aprender uno, dos, tres idiomas distintos de una vez para otra. Un anciano tecleaba su número pin con la mano derecha, mientras con la zurda  protegía el dígito secreto de miradas indiscretas, o peor, de cámaras ocultas. Me conmovió esta imagen: la imagen de la inseguridad ciudadana, del miedo, de la vulnerabilidad amenazada, la imagen desvalida de la desconfianza. Y como queriendo huir de ella doblé hacia la perpendicular, una calle ancha y peatonal donde se oía el tema “Romance in Durango” interpretada por una joven artista callejero. Por lo general los artistas callejeros destrozan aquella canción que tocan, pero, ciertamente, este no lo hacía mal:

                                             No llores mi querida
                                             Dios nos vigila
                                             Soon the horse will take us to Durango
                                             Agarrame mi vida
                                             Soon the desert will be gone
                                             Soon you will be dancing the fandango
.

Un policía municipal le hacía gestos de que parara y lo conminaba a acompañarlo, allí no podía estar. ¡Era increíble aceptar que fuera eso lo que daba mala imagen en el centro de la ciudad! Un poco violentada y sin ninguna razón para el optimismo me metí en un bar de copas, también urgida por la necesidad de sustituir esas visiones y esos pensamientos por otros nuevos y, a poder ser, de otra laya. Eran las ocho menos cuarto de la tarde, aún podía entretenerme una hora más hasta volver al hotel.

El pub se llamaba “20 Century Rock”. Estaba iluminado con luces naranjas. A primer golpe de vista divisé un jukebox de los años 70, una máquina expendedora de coca cola también de los años 70. En los laterales se disponían unos divanes de escay color bermellón de difícil datación; además, colgaban guitarras acústicas del techo. Chocaba la presencia de una Harley en una esquina donde hubiera sido más evidente encontrar un escenario con un solitario músico de country. Definitivamente, Johnny Cash redivivo andaba en el ambiente.

Aun era temprano, en el 20 Century no había nadie, ni barman siquiera. Mejor así, podría mantener mi cómoda actitud pusilánime y evasiva. La cortina estaba en movimiento detrás de la barra. De un momento a otro - imaginé- aparecería un macilento sesentón, calvo y con melena blanca, un ojo con glaucoma y el cuerpo invadido de tatuajes. Era como esperar a que el waiter fuera el primo de Johnny Winter, pero no. Apareció una preciosa mujer de 34 años con el pelo muy rizado, ensortijado podría decirse, y los ojos vivaces. Llevaba sombrero tejano y camiseta corta que revelaba al aire un vientre lisa y llanamente perfecto. Justo debajo del ombligo llevaba tatuado un caballo alado.
- ¿qué le pongo?
- Four Roses con Seven up en vaso ancho, por favor-respondí, clavando la mirada en la figura de un indio cheroqui esculpido en madera de cerezo americano.
- Te vale sprite?- balbució la camarera con suma suavidad pues adivinaba la timidez de la clienta
- No. Con coca cola entonces- dije sonrojándome como si hubiera algo hostil y destructivo en mis palabras.

Al día siguiente volví al 20 Century después de haberme tomado tres Four Roses con Seven Up en el bar del hotel, por supuesto, sin mediar palabra con nadie. Luego había caminado por las calles sin un rumbo fijo, a la deriva, merced a mis atormentados pensamientos. Si hubiera logrado olvidarme por un instante de mí misma habría sido feliz. Entré en un establecimiento de comida iraní para llevar. Comí un kebab preparado con arroz jazmín y pollo, sentada junto a la estatua de un militar a caballo. Lloré como se llora cuando una no se siente observada, con toda sinceridad. Después volví al 20 Century. Estaba a punto de cerrar pero la camarera del día anterior me sirvió un Four Roses en vaso ancho. No hablábamos, solo bebíamos. La camarera también. La situación sin ser ridícula tampoco parecía natural.
-¿El servicio, por favor?
- al fondo, a la izquierda-me dijo con  los ojos muy abiertos. De inmediato salió de la barra y cerró las puertas del establecimiento.
- Ah, ya cierras, enseguida vuelvo, necesito ponerme sombra de ojos

Entré en el servicio, saqué del bolso un estuche con pinturas, un pintalabios carmesí, rimel, un lápiz y colorete. Con todo ese arsenal sobre el lavabo me dispuse a la labor de reconstrucción. Había llorado, tenía un aspecto deplorable. Con el lápiz dibujé los contornos. Maquillar mi inseguridad me hacía sentir menos indefensa. Elegí sombra negra que es la que mejor contraste hace con mis ojos verdes. Me estudié el semblante, los gestos. Sonreía, entrecerraba los ojos y abría la boca evaluando el trabajo realizado y el posible impacto que iba a causar sobre la primera persona que me viera; porque la mujer que era recién pintada era una mujer nueva, desprovista de pasado. Nunca se tienen dos oportunidades de dar una primera buena impresión. Me apliqué colorete en las mejillas y me pinté los labios meticulosamente, abandonándome a la ilusión de que conocería a alguien importante en mi vida, de que unos ojos ávidos, deseosos se posarían en los míos.

La metamorfosis estaba casi por completar. Me retoqué el pelo, me incliné, acerqué la cara al espejo y me miré fijamente a los ojos y lo que vi me dejó perfectamente turbada. A mi espalda la camarera de pelo rizado me clavaba sus ojos astutos con un gesto de furia inexplicable, entre agresiva y lasciva. Era el gesto del atrevimiento, el de la total entrega a un riesgo ya asumido otras veces. Una mano en el pomo cerraba la puerta, la otra acariciaba los muslos de la mujer que aun sostenía una barra de labios entre sus dedos. La lujuria de la camarera consistía en actuar y no abrir la boca, en su silencio pertinaz. Yo, por mi parte, me sorprendí callando con más propiedad aún, pues era la receptora y la víctima. Pero… ¿víctima de qué? ¿de quién? ¿de mí misma? Era presa de mi carácter en el cual no había ningún futuro. No me atrevía a hacer frente a nada, ni siquiera a mis deseos, ni siquiera a aquella que ahora mordía mi cuello y besaba mi hombro hasta hacerme estremecer. Tampoco me atrevía a volverme, la observaba a través del reflejo del espejo. Qué miedo el mío. Me había bajado la falda, me desnudaba con una firmeza en que era perceptible un ansia reprimida, la codicia de la carne. Me abría las piernas, me chupaba, manoseaba mis pechos intocados, mi culo redondo como un día de verano. Aquellas horrendas madejas de pelo rizoso cosquilleaban por mi espalda una y otra vez, la lengua larguísima se afanaba en las caderas, en el sexo. Pero no me hubiera vuelto así me hubieran sodomizado. Temía que al volverme quedara petrificada de espanto. Temía que restallara en mi dorso, como un látigo, una insoportable verdad. Temía que la visión de la realidad me estallara en la cara en mil dolores pequeños. El temor y la autocompasión me hicieron llorar como una Magdalena. Y las lágrimas fueron la cristalización de mi entrega, la supuración de todos mis complejos, el desahogo a la tensión acumulada. Limpia ya de todo mi pasado, levanté las rodillas para dejar la falda y las bragas caer, despojándome así de lo que quedaba de mi amargura. Solo entonces me giré y quedé al fin frente a mi compañera. La miré con ternura y le clavé el lápiz de ojos en el cuello hasta matarla. Pegaso voló libre de su sangre.

sábado, marzo 22, 2014



El instante al que se refiere el título es el que refleja el fotograma de la cubierta; es decir, el momento, poco más de las seis de la tarde del 23 de febrero de 1981, en que guardias civiles al mando de Tejero tirotean el cielo del hemiciclo y conminan al gobierno y a los diputados a obedecer sus ordenes de irse al suelo. Todos lo hacen menos Suarez, Carrillo y Gutiérrez Mellado. El libro analiza ese momento, las vicisitudes históricas que condujeron a ese momento, el gesto de esos tres hombres, los porqués, cómos, cuándos ..

Uno se entera de que el autor del golpe no fue Tejero- mero ejecutor- sino Alfonso Armada, instructor, consejero y ex-secretario de Juan Carlos I. Uno se entera de que el CESID tuvo parte (aún se desconoce cuánta) en la logística del plan (manda eggs), de que solo se juzgó a una cuarta parte de los golpistas. Uno se entera de que el tribunal que los juzgó y los juzgados eran practicamente los mismos, de ahí que tanto Tejero como Alfonso Armada cumplieran penas tan exiguas. Uno se entera de que NADIE (prensa, partidos politicos, ejército...) condenó el golpe hasta que se supo con seguridad que había fracasado, de que el Rey paró el golpe pero no hizo nada por prevenirlo, de que los motivos que lo movían era perpetuar la corona, de que tal vez fueron los tiros (parte imprevista del plan) lo que hizo que al Borbón no le quedara más remedio que intentar abortarlo.

Febrero 1981 Aquellos militares franquistas entraron en el congreso sin obstáculos, a lo Pavía. Abrigaban la intención de secuestrar las libertades del pueblo soberano subfusil en mano y volver a un gobierno de unidad, continuador de la dictadura. Retuvieron presos a doscientos diputados durante 16 horas. La mayor parte de aquellos hampones golpistas ni siquiera fue juzgada y aquellos que pasaron por el tribunal son libres desde hace tiempo.

Septiembre 2012 Manifestación pacífica alrededor del congreso. Fuerte dispositivo policial para reprimirla. Algunos políticos hablan de asalto a la democracia, de anticonstitucionalidad. De abracadabrante manera 64 personas resultan heridas, 35 personas detenidas y 12 imputadas.

viernes, enero 31, 2014


La pantera

Esta pantera es mi hermana mayor. Rugió por vez primera cuando yo amaba aún todo cuanto me sucedía: escuché aquel rugido como algo que me entregaba el universo. Nació así entre nosotros cierto cariño deshonesto e incomparable. Ella, desde su agilísima forma cubierta por el ébano centelleante, se acerca para seducirme con sus movimientos de acero: miro su brillo hipnótico lamentando la pobreza de mi poder y recuerdo las veces en que nos hemos arrojado al pasillo, hermanados por el común deseo de la aniquilación. Nuestro incesto se va fortaleciendo gracias a un estilete de rencor en cuyo filo sonríe una ternura desconcertante: aprendemos que el odio es más sensual que la piedad.

Di la verdad a éstos, diles que me defiendo de tus arañazos, diles que mi mayor lujuria consiste en meditar tu destrucción. Diles que contraataco a todas horas con la insoportable esperanza de desmenuzar poco a poco tu compacta agresión, tu existencia, tu proximidad, tu memoria. Diles que me he servido, contra ti, de todas las armas: las mujeres, el trabajo, la música y millares de cigarrillos, los amigos y las palabras, el arte, el alcohol. Yo vivía como la palabra socorro. Yo vivía en legítima defensa. Usé todas las armas contra tu esplendor, todas las armas contra el desatino de tu inmortalidad.

Esta pantera es mi hermana mayor. Me vigila como un océano a la costa y me nombra por mis diminutivos. Yo la vigilo como un reo de muerte a los minutos, y le llamo tristeza a falta de un nombre más vasto y depravado.

jueves, enero 30, 2014


Un relato por cada mes del año a modo de almanaque. Julio desternillante, el mejor. Fiel a su estilo imaginativo, abundante, irreflexivo, gracioso.
 
El refinamiento del egoísmo que exhibe cada personaje hace que la lectura sea deliciosa. Estos personajes parecen gravitar hacia Isabel, la heroína, aparentemente generosos, desinteresados, incluso honestos. Pero nada más lejos de lo que verdaderamente se esconde en el comportamiento de Madame Merle y de Gilbert Osmond. Isabel cae en la trampa y es manipulada por ellos dada su incapacidad para adivinar maldad en el prójimo. Tomándo esta ingenuidad como salvedad, es un personaje fascinante: suave, inteligente, moderna, independiente, briosa. Se ve abocada a una vida limitada por la estrecha moral de la época y, sin embargo, se arma de valor y de razón para luchar por su libertad. Ésa es su modernidad, lo que hace que rápidamente la admiremos y le tengamos respeto.

Destaca el profundo análisis psicológico de los personajes, el acierto de intercalar descripciones para contextualizar e introducir los audaces diálogos. Queda uno sumergido rápidamente en un mar de matices, de emociones, de ideas, puntos de vista que se erigen como monumentos a la personalidad, a la individualidad. Se disfrutan mucho esos diálogos que son un careo entre personajes, entre ideales, entre inteligencias. El narrador omnisciente nos hace partícipes de la forma de sentir y de pensar de cada personaje, lo cual contribuye a que la inmersión en la lectura sea total y a que nos sintamos más como voyeurs que como lectores.