sábado, marzo 28, 2020

Ese edificio de estilo modernista de la cubierta, el Flatiron Building, que semeja la proa de un barco cortando el viento de la 5th avenue con Broadway, se construye en 1902, obra del arquitecto Daniel H. Burnham. Durante algunos años ostenta el privilegio de ser uno de los rascacielos más alto de Manhattan. Pero no es tan alto como parece. Hoy destaca más por su belleza perfilada, por esa apariencia sólida y escurridiza, la estabilidad de la cuña y su cualidad aerodinámica que por sus dimensiones.

La escritura de Muñoz Molina es también sólida y aerodinámica; escultórica en su arquitectura, como el Flatiron Building. Airea su vida, se autobiografía como si él fuese una ciudad llamada Nueva York. Nueva York, por su parte, nos parece tan Antonio Muñoz Molina en estas páginas que la ciudad puede leerse como una novela, ficción toda como una vida en perspectiva, como un sueño que comienza a tomar forma pero que cuando se experimenta, cuando se constata, cuando se solidifica, se desploma, como las torres del World Trade Center.


El arte de los museos, la arquitectura, los locales de jazz, el vértigo de una ciudad fulgurante y peligrosa observada desde sus ventanas, la sugestión del paseante que se cree invisible y que todo lo observa con curiosidad obsesiva porque alimenta la ilusión de aprehenderlo y de llevárselo a casa para siempre. Eso nos encontramos en Ventanas de Manhattan. Describe mucho, y en ocasiones reflexiona sobre lo que ve, pero es más importante el apunte, el registro de la ciudad que muda a cada instante. También es historia. Son interesantísimas esas páginas en que cuenta de primera mano el colapso del 11 S. Hemos podido saber de ese acontecimiento histórico por telediarios, periódicos, documentales, obras ensayísticas o divulgativas, pero nunca desde la perspectiva de un novelista con las cualidades literarias de Muñoz Molina.


En "Lugares que no quiero compartir con nadie" la escritora gaditana/madrileña nos habla de sus primeros compases en la gran Manzana, en la que vive por temporadas de seis meses siguiendo a su pareja, Antonio Muñoz Molina, que comenzó ligado a diversas universidades americanas, luego dirigió el Instituto Cervantes en NY y por último impartió clases en Universidad de Columbia.
Elvira, con su estilo breve, ágil (grácil por momentos, cargado de donosura) nos cuenta de su inadaptación a la gran ciudad, de su vida de paseante, de restaurantes, de amistades. Su escasa vida social, de los conflictos interiores con su faceta de escritora. Disfruta del anonimato, de los paseos por Riverside Park, donde Federico García Lorca ya lo hiciera entre 1929 y 1930.

En "Noches sin dormir", de la misma manera pero en un tono de nostalgia anticipada, nos cuenta su última temporada en NY.