viernes, marzo 29, 2019


Ilia Ilich Oblómov es uno de esos personajes inolvidables de la literatura, que más que personajes uno se toma como amigos. Amigos entrañables que nos acompañan el tiempo que dura la lectura  (que no hemos de apresurar) y aun mucho tiempo después

Estos amigos, Oblomov, Augusto Pérez, Castorp, Julien Sorel, Alonso Quijano y algunos otros, nos hacen aflorar un sentimiento de lealtad y apego, obrando además el prodigio de hacer que la literatura se parezca más a la vida que a la ficción, cuanto más literarios son. 

Oblomov guarda cierta relación con Don Quijote tanto de semejanza como de antítesis. Ambos tienen una percepción desmesuradamente idealista de la vida, ambos distorsionan la realidad, ambos mueven a risa y a compasión. Para los dos la realidad es todo aquello que desafía el sentido común. Pero mientras Don Quijote discurre hacia fuera, y decide dejar la casa y el sillón para salir al mundo e intentar arreglarlo; Oblomov lo hace hacia dentro, abandona el mundo con perezosa renuncia y se encierra en su casa en una suerte de modesta rebeldía.
Para Don Quijote la vida no tiene sentido si no es hacia fuera. Huye hacia otro lugar, y ese lugar está en él. Va hacia otro tiempo, lo busca, lo quiere y ese tiempo ya no es. Para Oblomov, en cambio, la vida no tiene sentido si no es hacia dentro, e intenta que no cambie lo que sucede en sí mismo. Pretende detener el tiempo no viviéndolo, rehuyéndolo,  y acaricia su no vida porque se sabe un pobre mortal. Don Quijote cree poseer las llaves que abren puertas de castillos que ya no existen, y ya viejo sale a desfacer entuertos y socorrer viudas, sabe que será inmortal todos los días de su vida salvo uno, al que no tiene ningún miedo.

Hasta la página 150, Oblomov no abandona su cama, su sofá, donde se acercan algunos mal llamados amigos, interesados en sacarle dinero o favores; porque Oblomov es un rico hacendado, propietario de Oblomovka, tierras de jornaleros que él deja en manos de administradores ineficaces. Todos van a pedirle algo o a inquirirle por su estado de dejadez. Y él, sin perder nunca la amabilidad y la placidez, expone su filosofía, su oblomovismo, según la cual es vano y pretencioso todo lo que los hombres persiguen, güeros los quehaceres en los que se afanan. Los demás llevan razón,  despilfarra su vida y su fortuna con esa actitud de desidia, con la dejación de sus obligaciones en Oblomovka, pero Ilia Ilich hace que los ridículos parezcan ellos, lastrados de ambiciones ordinarias y de pasiones vulgares.. 

La acción es vulgar en tanto que el sueño, rico y áureo.

Pero Oblomov abandona su casa, como he dicho, hacia la página 150, capítulo cinco, antes de la mitad de la novela. No es por Oblomovka y sus pérdidas, no es por consejo del médico ni de nadie, es por una mujer.

"-Olga Sergeievna!-exclamó Oblomov temblando como una hoja."