martes, diciembre 29, 2015




Se subió a la azotea para escrutar otros horizontes: allí sólo estaba la calma del crepúsculo.

sábado, diciembre 12, 2015



La mañana del día de nochebuena amaneció muy fría, casi helada. A eso del mediodía las temperaturas subieron un poco y un sol muy lejano pero luminoso creó la ilusión de calor en las plazas. Pasaron las horas y una vez que el poniente anunció su promesa de sombras, allá por el Parque del Oeste, el frío sobrevino aún más recio e inclemente que al amanecer.
La gente, sin embargo, poblaba las calles. Un río de luces iluminaba los bulevares. La Gran Vía, en otro tiempo amenazada y desierta, blanco de los bombardeos de la aviación nacional, era ahora un hervidero de criaturas urgentes, de seres que caminan presurosos y hacían gran esfuerzo por no tropezar entre sí.
El ritmo de la gran ciudad es este. Nunca cesa el trajín, es la costumbre. Las mujeres observan los escaparates de las tiendas. Los hombres las acompañan, fuman, toman el vermut en una taberna cualquiera, tal vez en la taberna en que Manolete conoció a Lupe Sino o en la que Manuel Machado alimentó su dionisíaca afición al vino. Los niños cantan, gritan, inquietos como de común. De eso parece que se queja esa mujer negra, de cuyo brazo cuelga un enanito de pelo hirsuto y acaracolado. El niño pugna por desasirse de su madre, quiere ir a sentarse en el sillón del betunero. El betunero está recogiendo sus cremas, hormas, cepillos, el modesto trono, todo el puestecillo al que llama con cierta sorna ‘mi pequeña empresa ambulante’.
Francisco, que así se llama este betunero, se instala estratégicamente a la entrada del Cine Capitol, uno de los pocos cines legendarios que aún quedan en Gran Vía. Ejerce la profesión con histórico orgullo y prefiere, a limpiabotas, llamarse betunero, del mismo modo que el dentista desprecia el término sacamuelas o el mecánico aprieta tornillos. Él dice que frente a la tecnificación en los procesos de producción y las nuevas tecnologías invadiéndolo todo, los viejos oficios ambulantes como el suyo mantienen cierta significación filantrópica y una finalidad de conservación de la identidad cultural.
Son las nueve y Francisco se dirige hacia su casa, un estudio en una sola pieza situada en Tirso de Molina. Se va quejando del frío, tal vez vaya un poco malhumorado de saber que nadie le espera una noche como esta. Al bajar por la calle Montera suena su teléfono. Cinco minutos después cambia de sentido bruscamente, algo ha pasado. Se dirige de nuevo a Gran Vía en busca de un taxi. Dos lágrimas muy agrias le queman la cara. Era su tía Paloma:
-Paco, tengo una mala noticia que darte, tu madre…
Ahora va apesadumbrado, confuso, no sabe qué frío es cual, uno le hiela la cara, las manos, el otro la sangre. Es cierto que esperaba la noticia de un momento a otro, los 95 años eran enfermedad que no tenía cura, pero la muerte de una persona querida siempre nos coge de sorpresa  por muy fino y frágil que fuera el hilo de su vida y por muy afiladas que estuvieran las tijeras de la parca.
Ángeles, su madre, había sido una mujer muy del Régimen, conservadora en sus ideas, católica en sus creencias, tradicional en su educación. Una conducta intachable y discreta había marcado su vida en un amplio piso del castizo distrito de Chamberí. Casó muy jovencita con un alto cargo del ejército que al poco se convirtió en uno de los líderes de la rebelión militar del 36. En el 37 enviudó. Un misterioso accidente de aviación dejó sin padre al niño que juntos querían tener. Tras ese duro golpe pensó que debía hacer algo y en los primeros años de la década de los 40 ingresó en el Auxilio Social, asociación de beneficiencia donde se daba un plato de sopa fascista a los niños huérfanos de la guerra.
La relación con su hijo siempre había sido difícil. Ella hubiera deseado otro camino para Paquito, otra salida era posible, medios no le habían faltado, apoyos tampoco. Todo le venía dado, solo tenía que  seguir el guión, el mapa era claro, la ruta muy segura, el tesoro una brillante carrera de abogado,  ampliación de estudios en una prestigiosa universidad Europea o  norteamericana y luego volvería a  España a defender los valores del glorioso régimen franquista. Sin embargo la mujer vivió a disgusto. Paco se matriculó tarde y a regañadientes. Una vez licenciado no se fue a Inglaterra, ni a Estados Unidos. No hizo nada. Se dedicaba a leer y a dormir. Frecuentaba sin mucha felicidad los bajos fondos de la ciudad, los círculos literarios, los cafés de medio pelo, las casas de citas. Llevó una existencia un tanto fantasmal, muy distante de todo y de todos; incluso llegó a creerse, no un muerto, pero sí menos real que aquello que lo rodeaba: una ciudad sórdida y llena de contrastes, donde en unos barrios las tabernas rebosaban de alboroto y fiesta (toreros, artistas, famosos…) y en otros, como en Ventas, la gente se consumía en cárceles inhóspitas. Pasaron los años y un día decidió, algo muy incomprensible para doña Ángeles, matricularse en  Historia. Eran los primeros años de los setenta, el ambiente andaba muy crispado y no había disturbio, revuelta o manifestación que a Francisco resultara ajena. Andaba inmiscuido en las asambleas estudiantiles y en los sindicatos que éstas alentaron. En más de una ocasión tuvo Ángeles que acudir a comisaría a salvar a su niño del oprobio de verse detenido (y tal vez encarcelado) invocando con el índice apuntando al cielo el respetadísimo nombre de su difunto esposo. La historia de cómo pasó de licenciado en Derecho e Historia a limpiabotas es una historia de rebeldía familiar y de una especie de nihilismo existencial.
La mañana del día 4 de enero ha amanecido muy lluviosa. Después de un verano caluroso y un otoño seco el agua se había convertido en un recuerdo, en una nostalgia casi. Pero esta mañana, las hojas de los árboles parece que ríen al contacto fresco y húmedo de la lluvia, sus troncos se limpian de una pátina monóxido que tan desangelados y deprimidos los tienen. Porque los árboles también se pueden deprimir, basta que observemos sus ramas alicaídas, sus hojas sin color, su tronco mugriento y sucio, y aunque en su aspecto externo no lo advirtamos, en su fuero interno padecen enfermedades espantosas, la sabia está infecta, corrompida por lo que sale de los tubos de escape.
Francisco está en casa de su madre. Su tía paloma le muestra los objetos de la difunta para que se lleve lo que quiera. Ahora la tía dice que saldrá a hacer unas compras para el almuerzo. Francisco se queda solo, la cara apoyada en las manos. No sabe qué hacer. Abre un cajón. Crema de manos, un rosario, un viejo reloj, un cofrecillo de madera adornado con caracolas, dentro collares, pulseras y un anillo. Despierta su curiosidad una carpeta clasificadora con un encabezamiento que dice: “Auxilio Social”. La abre y encuentra recortes de periódicos, del “Arriba”, todos los artículos hacen referencia al “Auxilio Social”. En cada archivo ordenado cronológicamente por años desde 1940 hay un listado mecanografiado de los niños republicanos que ingresaron en el hospicio del Auxilio y al margen de cada nombre aparece escrito a mano la procedencia de cada uno, su fecha aproximada de nacimiento, sus nombres anteriores de republicanos y sus nuevos nombres de criaturas regeneradas y salvadas de la enfermedad comunista. De pronto ha acudidido a su cabeza una sospecha, un negro presentimiento a su corazón.
Fuera, la lluvia golpea furiosamente los aleros, a los nueve segundos del relumbre del relámpago retumba el trueno. Se va la luz. En esta penumbra se le encienden todas las llamas de la mente. No es posible-se dice, cuando comprende que realmente sí lo es. La luz de la  lámpara vuelve a encenderse. Retoma la lectura de la carpeta que le dirá quién es y quién no ha sido en absoluto. El dedo viaja nervioso entre los nombres, entre las páginas, 1941, 1942, 1943…, en el listado correspondiente al año 1947 contempla su nombre. Al margen se lee “Hilario Rodríguez Galán. Hijo de Federico y Dolores, el primero fallecido en 1938 en el Ebro, la segunda desaparecida”. Debajo, con letra muy pequeña aparece una palabra, un nombre geográfico, el del pueblo donde nació.
Muchas cosas pasan por la cabeza de Francisco el betunero, a cuál más angustiosa. La perplejidad de no ser quien ha creído ser toda la vida lo paraliza. Su madre lo había engañado, porque ocultar la realidad es una forma de engaño, quizás un engaño más profundo y consciente que la mentira corriente. Ahora puede atar cabos sueltos, ahora se comprende a sí mismo, esa desazón que lo había acompañado siempre, ese sentirse desligado de todos, ese desarraigo que se le imponía desde dentro, inconscientemente. Había querido a su madre, es cierto, pero ella nunca comprendió su actitud, no supo ver en su rebeldía el hueco deshabitado de su truncada infancia.
Francisco se dirige al pequeño despacho de la casa de su madre. Busca un mapa, no es necesario que registre de esa forma la librería, uno inmenso cuelga de una de las paredes. Está nervioso. Localiza lo que anda buscando tras una breve pesquisa. Se ducha, se afeita. Está dispuesto, lo ha decidido mientras el agua caliente le resbalaba por el cuerpo y oía el rumor de la lluvia en los batientes: se va al sur en busca de su origen.
Con ese solo pensamiento, burlando tormentas y tormentos, se echa a la calle, pide un taxi, a Renfe por favor. El tren parte puntualmente a las 6 de la tarde, a las 8:30 llegará a la capital de la comunidad sureña. Si tiene suerte a eso de las 9 podrá coger un autobús que lo lleve a la provincia vecina y una vez en el pueblo buscar un hostal donde pasar la noche. En el transcurso del viaje piensa si no ha concedido demasiada credibilidad a una carpeta abandonada, pues a fin de cuentas no es más que eso. También da en suponer que Dolores pudo haber muerto asesinada en aquellos años de dura represión. Tampoco es descabellado imaginar a Dolores embarcado hacia el exilio, a Méjico por ejemplo, o a Puerto Rico, quién sabe.
Todo es posible pero tiene que intentarlo. Siempre puede encontrar en el pueblo a  un familiar, algún conocido, algún documento, algo.
Al llegar a la estación de Santa Justa toma un taxi que lo va a llevar directamente a su destino pues considera improbable que un autobús haga ruta a ésas horas.

A las siete y media de la mañana del día de cabalgata despierta Francisco en una habitación de hotel, en una cama que no es la suya pero que le ha hecho dormir el sueño de los justos. Se ducha y sale. Las calles de este pueblo huelen a desayuno, a chimenea, a panadería, a decencia, a mundo por estrenar; estos árboles no están enfermos, esa casa parece recién encalada, el último grillo de la noche entona un son monótono, hay rosales en las jardineras, parece de mentira esa luna en el altozano, qué silencio…, pero no, gallo de la aurora, no rehúses cantar, alza tu clarín de plata, dinos el nuevo día; y tú, alegre campana, salúdanos desde tu puesto privilegiado, muy buenos días pueblo de sierra.
Francisco pasea para hacer tiempo, desayuna en una cafetería, luego se dirige al ayuntamiento. Lo atiende una mujer de mediana edad que se queda pensativa cuando le pregunta por Dolores Galán. Se levanta y va a hablar con el secretario. Luego vuelve con el último censo de población en la mano.
-Hay dos personas registradas con ese nombre: la primera nacida en 1920, la segunda en 1979.
-Por favor dígame algo sobre la primera.
-Llamada Dolores, viuda desde 1938, su marido murió en la guerra. Tres años después se la dio por desaparecida. Con el paso del tiempo hemos sabido en este ayuntamiento que Dolores embarcó hacia Argentina. En el año 78 volvió a pasar una temporada en el pueblo. Compró un cortijo situado en una pequeña urbanización a tres kilómetros de aquí donde pasaba las vacaciones, pero las temporadas en él se fueron prolongando, hasta hoy que está completamente instalada con su marido que es argentino. A veces viene a verla su hija y familia. Ya es muy anciana pero aún se le ve en el pueblo haciendo alguna compra.
-No necesito saber más, muchas gracias, han sido muy amables.
Francisco, visiblemente emocionado, camina en dirección a la urbanización. Al cabo de media hora se encuentra con un cruce de caminos en el que se distingue una venta. En ella vuelve a preguntar por Dolores. El ventero le señala una “colá” paralela a la carretera que le conducirá hasta un caserío enjalbegado, con  ventanas  de color verde, frente al cual, una vez cruzada la carretera, hallará un cortijo cercado de balaustradas blancas. 
-Allí vive esa mujer que me dice. En estos pueblos tan pequeños todo el mundo se conoce, amigo. 
-Gracias a Dios que es así-, piensa Francisco. 
El chalé está guardado por un perro pequeño que sale a su encuentro con una bravura inversamente proporcional a su tamaño. Los ladridos incitan a dos niños a salir de la casa y llegan hasta él. Un anciano se queda entre las jambas de la puerta, una mujer de la misma edad mira tras una ventana acristalada. No es costumbre que un desconocido pase por allí.
Hola,-dice Francisco.
Hola,- responde el hombre sin acercarse y sin mover un pié del umbral de la puerta. El silencio se hace incómodo.
-Mire usted, me llamo Francisco, bueno no, eso creía hasta que… ¿vive aquí Dolores Galán?
-Si, es mi mujer ¿qué querés vos de ella?,
-Pues me gustaría, cómo decirle, preguntarle una única cosa ¿puedo pasar?
Dolores ha oído la conversación desde dentro y en este punto sale a escena:
-Yo soy Dolores, formule usted esa pregunta y haga el favor de marcharse.
-Enseguida señora, ¿ha conocido usted a alguna persona llamada Hilario, Hilario Rodríguez Galán? Ese es mi nombre..
A la anciana le cambia la cara, las manos sarmentosas buscan apoyo donde poder contener los temblores, la mirada se le pierde en un punto indeterminado, los ojos parecen dos sombras, como si no viera a través de ellos o como si estuvieran mirando hacia dentro y no hacia fuera. Un escalofrío le recorre el cuerpo y siente emoción y miedo al mismo tiempo.
-No, no recuerdo a nadie con ese nombre, ¡márchese por favor!
Francisco queda desilusionado y con la actitud glacial de las personas que tiene frente a sí y que lo miran con curiosidad pero desde una lejanía embarazosa.
-Nada más, perdonen las molestias y gracias por responder  a mi pregunta.
Se ha dado la vuelta y ya se va. Ideas contradictorias pasan por su cabeza. Se siente ridículo y torpe, ¿cómo ha podido creer semejante cuento?¿cómo ha caído en la torpeza de viajar hasta allí buscando una madre desconocida, tal vez ficticia?¿acaso estas historias no son cosa de películas y de cuentos de navidad en los que todos acaban muy felices reunidos al calor de la lumbre en la casa familiar? No se perdona a sí mismo la ingenuidad, las ilusiones fundadas, la creencia gratuita en un sueño tan vaporoso e irreal. Ahora volverá a la ciudad, a su pequeño reducto en Tirso de Molina, a sus zapatos en Gran Vía..
-¡Señor, señor, espere!-le dice un niño rubio y en bicicleta- mi abuelita  quiere que vuelva, que ha olvidado usted algo.

Están todos reunidos alrededor de la mesa: Dígame señora, qué es lo que he olvidado.
No, no eres tú el que ha olvidado algo hijo, soy yo.
Las lágrimas ruedan por los rostros, la rabia se mezclada con la alegría..
Siéntate hijo mío, hay dos vidas que contar.
La noche buena fue una mala noche, el día de navidad no trajo nacimiento sino muerte pero la noche de reyes una mujer y un hombre han recibido el mejor regalo que pudieran imaginar. Esta es su historia, pero también es la historia de un encuentro casual, un encuentro que no llegó a producirse para tantas y tantas personas separadas por las crueles circunstancias históricas de un país castigado por odios y rencores. Vidas escindidas por la iniquidad de unos gobernantes vehementes, niños separados de sus madres por una idea macabra.
Dadas las circunstancias de sus vidas es triste pensarlo, pero esta madre y este hijo deben sentirse afortunados.




















UN ENCUENTRO CASUAL





















UN ENCUENTRO CASUAL





José Luis Rodríguez Mulero

c/ Teniente Peñalver, 69
Prado del Rey
(Cádiz)

martes, octubre 20, 2015

La Editorial Funambulista recopila en un volumen una cincuentena de cartas que Pessoa dirigió a Ophélia Queiroz, una mecanógrafa de las oficinas de la Baixa lisboeta donde él traducía correspondencia comercial.  En su corta vida -1888-1935- Pessoa solo tuvo un amor, Ofelia. Se conocen en 1920 y mantendrán el noviazgo solo en dos cortos periodos de tiempo, el mismo que abarcan las cartas: De 1 de Mayo a 29 de Noviembre de 1920 y de 11 de Setiembre de 1929 a 11 de enero de 1930.

Ha sido una lectura intensa, uno se queda verdaderamente impresionado con la naturaleza de esa historia de amor y del personaje Pessoa, su ternura, su originalidad, sus manías.. de manera que cuando termina de leer se ve invadido por una especie de nostalgia (saudade) como la que se siente ante un personaje entrañable como Don Quijote. 

La primera parte del epistolario (7 meses) trasluce una relación de amor un tanto ingenua, caracterizada por la ilusión y la infantilización del lenguaje. Ésta se acaba cuando Ofelia exige, se impacienta y quiere que Fernando sea un novio "formal".

Durante 9 años no se ven ni se escriben y un día cae en manos de Ofelia la siguiente foto:
El poeta se entera de que ella está interesada en tener una copia y de seguido se la envía con la siguiente dedicatoria:

"Fernando Pessoa. En flagrante delitro" 

Nótese el sentido del humor, la ironía y el juego de palabras "delitro"..

        A partir de aquí se reanudan la relación y las cartas, pero durará solo cinco meses. Pessoa ha envejecido precozmente, está gordo, probablemente  a causa del aguardiente, además tiene accesos de locura, de genialidad, sufre neurastenia, trastorno multipolar.. se obsesiona con su obra, plagada de heterónimos, 72 en total. Se vuelve más solitario "ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar solo". En las cartas firmadas como Álvaro do Campo se muestra incisivo y original, las firmadas como F.P. más cariñoso; aunque cada vez se espacian más sus cartas (3 por 10 de las de ella), y son más recurrentes los reproches de la enamorada que termina por dar la relación por imposible.
      Fernando Pessoa morirá 5 años después de una crisis hepática. Ofelia se casa al poco tiempo, tiene hijos y vive una larga vida que se extiende hasta 1991. Poco antes de morir, Ofelia declarará en una entrevista  que si bien respetó a la persona con la que ha compartió su vida, siempre lo ha considerado un amigo pues el amor de su vida fue Fernando António Nogueira Pessoa.

www.youtube.com/watch?v=5WN_QT7NlRM
www.youtube.com/watch?v=xuyQzj9bEOo

jueves, octubre 08, 2015

Muse - Psycho



 LA gira Drones llega a Madrid el próximo 5  de Mayo 

El hombre feliz

Un día el rey más poderoso de la época se decidió por fin, tras largos años de infructuosos tratamientos por parte de la legión de médicos que le atendían de su extraña dolencia, a consultar a un Sufi que vivía en las afueras de la capital. El sabio accedió a acompañar al emir y cuando estuvo en presencia del ilustre soberano, pasó un buen rato en silencio observándolo. Luego, haciendo ya el gesto de irse, dijo:

“Poderoso señor, todas vuestras dolencias desaparecerán al instante de vestiros la camisa que lleva el hombre feliz”

Consternado el monarca apenas acertó a preguntarle a voz en grito, cuando el viejo sabio iba ya a salir de la enorme sala. “¿Dónde está ese hombre? ¿Cómo puedo encontrarle?”

“No teneis más que enviar emisarios a buscarlo”, respondió el Sufí desde el pasillo.

El rey actuó de inmediato y envió a todos sus emires a recorrer el país. Los altos dignatarios fueron preguntando a todo ciudadano si era el hombre feliz, y cuando el interrogado respondía negativamente seguían buscando. Pasaron los años. Por fin el emir más diestro, fuerte y paciente regresó a palacio, exhausto, desfallecido y con el semblante ciertamente turbado.

El rey inquirió: “¿Has encontrado por fin al hombre feliz?”

“Sí, majestad”, respondió el buen servidor, “en efecto lo he encontrado; vive en los confines de vuestro reino, en lo alto de las montañas más altas”.

“¿Le habéis, pues, colmado de tesoros a cambio de su camisa?”

“Majestad:”, el canciller se tomó su tiempo en responder, lanzó un largo suspiro y concluyó, “el hombre feliz es tan pobre que no tiene ni camisa”

El hombre feliz
León TOLSTOI

viernes, octubre 02, 2015

https://www.youtube.com/watch?v=mgIEbmsiDM8&index=3&list=RDDnqZXYkmTUU

lunes, agosto 24, 2015

TIEMPOS DE EGOLATRÍA

Yo,
Tú, yo.
Él y ella, yo.
Nosotros, yo
Vosotros, yo
Ellos no.
¡YO!
Nada puede ir del todo bien en el mundo cuando los hombres tienen que ser gobernados con mentiras.

miércoles, agosto 19, 2015

La profesora estaba explicando los lenguajes documentales, las diferencias entre lenguaje natural y lenguaje controlado. Quiso ilustrar su explicación con ejemplos. Ejemplo de lenguaje controlado pues el tesauro o la Clasificación Decimal Universal ("CDU" para los del gremio), bien. Ejemplos de lenguaje natural... aquí se metió en un callejón sin salida buena. Lenguaje natural, que es el lenguaje tal cual aparece en los documentos, no necesitaba explicación ni ejemplos groseros. Quería demosrtarnos cómo ciertas palabras, expresiones del lenguaje natural, no podían traducirse al lenguaje controlado. Habló del andaluz como un defecto del castellano, algo casi vergonzoso; llegó a decir que hablabamos fatal, sobre todo los de la parte occidental. Preguntó si había algún "caditano" en la clase. Lo de "caditano" me chirrió pero aun así levanté la mano, claro, sin imaginarme lo que venía. Me propuso delante de toda la clase que me pusiera a hablar como hablo, como hablaba entonces, como se supone que habla un gaditanito recién salido de su pueblo de provincia. La clase expectante. Ella sonreía incluso antes de que yo abriera la boca pero no reparaba en que, además de ridícula, la situación no podía ser más embarazosa para mí. Y esto para qué- es lo que yo me preguntaba. Pues no sé si fue la timidez, el orgullo o la susceptibilidad lo que hizo que de mi boca no saliera palabra y sí me levantara y me fuera de clase antes de que esta acabase. La única vez creo que lo he hecho.

martes, julio 28, 2015

Un sistema donde el gobernante fuera lo menos gobernante posible, y el gobernado lo menos gobernado

miércoles, julio 22, 2015





    • Inicio de la conversación 15 de agosto de 2014
    • 15/08/2014 13:51
    • José Luis
      06/07/2015 15:13
      José Luis


      Hola Juan José, acabo de terminar tu maravilloso "Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa".

      Hay algo que desde luego no es lo que más me importa de su biografía pero sin embargo es lo que me despierta más dudas
    • José Luis
      06/07/2015 15:19
      José Luis


      y es si fue justa su familia, los Sánchez, en cuanto a los derechos de autor. ¿Camarón se quejó en informe semanal con o sin razón?

      He leido también, "Camarón, biografía de un mito / Luis Fernández Zaurín y José Candado"

      y la versión es distinta a la tuya y a la de Francisco Perejil
    • José Luis
      06/07/2015 16:01
      José Luis


      gracias
  • Juan José Téllez
    07/07/2015 8:23
    Juan José Téllez


    Luis Fernández Zaurín y José Candado sostienen la tesis de Dolores Montoya, "Chispa", quien ya asume que Camarón carece de otros derechos de autor que no sean los derivados de las 17 letras que él registró a su nombre. Actualmente, ella sostiene que Camarón, al menos, inspiró esas letras y sus derechos tendrían que ser compartidos por Pepe de Lucía, los herederos de Paco y otros autores. Claro que, por esa regla de tres, a la inversa, si Paco inspiró también indudablemente a Camarón, merecería al menos la mitad de sus royalties discográficos. Todo esto es un disparate legal, alentado por la indudable pasión que le pone Chispa a sus creencias. Que cada cual extraiga sus consecuencias. En mi libro, lo único que he intentado es recopilar los principales datos del caso. No soy juez, pero soy parte. Es decir, creo que Paco tenía razón y que a Camarón, en aquellas declaraciones en Informe Semanal, le habían puesto por delante el señuelo de una suma estratosférica por una obra sobre la que él no tenía derechos. Suponga que usted vive en una casa formidable y que alguien se la pretende comprar por una millonada, hasta que se piden las escrituras y usted sólo es propietario de una mínima parte de la vivienda que habita. Un abrazo.

viernes, junio 05, 2015

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

miércoles, junio 03, 2015

¿Cuál fue mi último gran viaje? El día que me miré por dentro y supe que no solo era a veces un buen tipo sino que también escondía a algún que otro canalla.

martes, junio 02, 2015







          Conscientes de que es imposible la objetividad (máxime cuando se trata de narrar una vida) y de que la objetividad en ocasiones ni siquiera resulta interesante o atractiva a la lectura; hay que asumir que es esa misma  objetividad, sin embargo, lo que más se valora y prestigia en este género literario llamado biografía.

Leyendo la presente uno observa cómo en ella se ha conseguido aquello que en webs, biopics y prensa no se ha conseguido: la ecuanimidad y en consecuencia la verosimilitud. Su figura, la de Camarón, dada o bien al fanatismo mitómano o al desprecio ignorante casi nunca se había tratado cabalmente y sin exageraciones; es decir, llamando a cada cosa por su nombre.

Creo que se le hace justicia a la familia de Paco de Lucía, siempre honrada con el gitano en lo referente a derechos de autor y en todo lo demás como una familia para él. Creo que también es justo que se hable de la hija no reconocida del de la Isla de sus años madrileños, y de la imprudencia temeraria de Camarón que causó la muerte de dos personas en un accidente de tráfico. Plagada de anécdotas curiosas y aspectos desconocidos. Lo he pasado muy bien.



sábado, mayo 30, 2015

Cosas que parecen de este mundo pero no lo son

https://www.youtube.com/watch?v=UG5xwGCKYB0

martes, abril 14, 2015

El Principe di Torremuzza se enamora de una aldeana en su andadura oscilante por Cefalú


Me bastarían sus manos o sus dientes en sonrisa,
su pelo cascada azabache o el óvalo de su semblante albo;
me bastaría el hilo de oro de sus palabras
para ser perfectamente dichoso, impecablemente feliz.

Cefalú, cuando nuestras manos las falanges de sus dedos rozan,
se vuelve breve espejismo, que es tanto como decir
Utopía,
      Arcadia o
            locus amoenus:
con el mar verde azulado a cuya orilla leimos poemas de  san Agustín y
una peña calcárea por la que descienden macizos de dalias.

Llega el invierno a Cefalú.
En un cuartito feliz del puerto de pescadores
suena melodiosa una canción de sábanas.
La tengo hoy y
he de quererla
mal que a veces me pese
porque me hace
                     completo
                           e innecesitado.

miércoles, enero 07, 2015

 
Benjamín Prado es un escritor esencialmente aforístico. Vierte sus aforismos como oro líquido en los diferentes moldes: novela, artículos, ensayos, poesía... a mi parecer con desiguales resultados que van desde lo excelente a lo sublime.
Un ensayo inteligente, lúcido que airea los vicios de la España más reciente, los males esporádicos y también los crónicos o endémicos: el "fetichismo del origen" o nacionalismo, la "paletería satisfecha", la "grosería populista", el "narcisismo quejumbroso, exigente y necesitado siempre de halago y no de responsabilidad"; el "pánico español a distinguirse de lo mayoritario y a no contar con el cobijo de un grupo que es una de las razones de nuestra hipocresía civil" pues "no aceptarán que te apartes ni un milímetro de la ortodoxia que ellos mismos marcan", "el castigo del desvío es el San Benito y el anatema" . Los españoles "disculpamos y celebramos la grosería porque nos parece más verdadera". La envidia, la codicia.