jueves, enero 30, 2014

El refinamiento del egoísmo que exhibe cada personaje hace que la lectura sea deliciosa. Estos personajes parecen gravitar hacia Isabel, la heroína, aparentemente generosos, desinteresados, incluso honestos. Pero nada más lejos de lo que verdaderamente se esconde en el comportamiento de Madame Merle y de Gilbert Osmond. Isabel cae en la trampa y es manipulada por ellos dada su incapacidad para adivinar maldad en el prójimo. Tomándo esta ingenuidad como salvedad, es un personaje fascinante: suave, inteligente, moderna, independiente, briosa. Se ve abocada a una vida limitada por la estrecha moral de la época y, sin embargo, se arma de valor y de razón para luchar por su libertad. Ésa es su modernidad, lo que hace que rápidamente la admiremos y le tengamos respeto.

Destaca el profundo análisis psicológico de los personajes, el acierto de intercalar descripciones para contextualizar e introducir los audaces diálogos. Queda uno sumergido rápidamente en un mar de matices, de emociones, de ideas, puntos de vista que se erigen como monumentos a la personalidad, a la individualidad. Se disfrutan mucho esos diálogos que son un careo entre personajes, entre ideales, entre inteligencias. El narrador omnisciente nos hace partícipes de la forma de sentir y de pensar de cada personaje, lo cual contribuye a que la inmersión en la lectura sea total y a que nos sintamos más como voyeurs que como lectores.

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