jueves, agosto 08, 2019

Prado del Rey (8/8/2019)

Mañana de agosto, brisa fresca que huele a pan y a café. El pueblo y el sol. El primer sol besa los párpados del pueblo: las casas blancas. Infancia recobrada, densa congoja. Claudia a mi lado, en la terraza de la cafetería, desayunamos. El camarero con sus chascarrillos a las 9 de la mañana, mientras atiende otra mesa:
-"quilloo, queh taj forrao desde que táh en el ayuntamiento, has cogío er puesto y no veas"-. El otro sonrie y, con amable desdén..."qué vaa, miá.. zi zoy interino, cuando elloh quieran estoy en la calle".
 Inquietud de espíritu, como la de esos gorriones que saltan del limonero al suelo, como perseguidos. Un amor despechado y obsesivo el del segundo gorrión hacia el primero que no se deja alcanzar. Hay otros dos sobre el tejado bajo de la plaza de abastos, en frente. Aquellos pían más acompasados o menos estridentes, con evidente complicidad intelectual.
Inquietud de espíritu, cada minuto es un nacimiento que crece dorado, que se volverá oro al mediodía. La tarde morirá moscatel por los cerros, detrás de la iglesia. Recalculando ruta de mi yo de hace siglos, reconociendo olores, sonidos. Una sensación de inicio y acabamiento a la vez. Claudia llamándome "poeta" con esa sorna servicial tan típica de los madrileños. Y el café que se enfría.

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