martes, abril 14, 2015

El Principe di Torremuzza se enamora de una aldeana en su andadura oscilante por Cefalú


Me bastarían sus manos o sus dientes en sonrisa,
su pelo cascada azabache o el óvalo de su semblante albo;
me bastaría el hilo de oro de sus palabras
para ser perfectamente dichoso, impecablemente feliz.

Cefalú, cuando nuestras manos las falanges de sus dedos rozan,
se vuelve breve espejismo, que es tanto como decir
Utopía,
      Arcadia o
            locus amoenus:
con el mar verde azulado a cuya orilla leimos poemas de  san Agustín y
una peña calcárea por la que descienden macizos de dalias.

Llega el invierno a Cefalú.
En un cuartito feliz del puerto de pescadores
suena melodiosa una canción de sábanas.
La tengo hoy y
he de quererla
mal que a veces me pese
porque me hace
                     completo
                           e innecesitado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosidad....