jueves, febrero 25, 2010



Pueden pulsar el resorte de un sentimiento que creíamos olvidado. Son vibrantes, vagamente tristes como la ventana cicatrizada desde donde observo este dia de lluvia. Consiguen situar el dolor tan cerca del gozo que al escucharlas creemos que moriremos en esa espada y después nos inflama el alma de dulzura. A veces modifican nuestro pasado y nos lo devuelve deformado en una nostalgia de nosotros mismos que mejor sería definir con la palabra melancolía. Me encantan porque lucen idénticas a naranjas o a poemas: son redondas y todo jugo, describen el mundo y penetran la verdad hasta incendiarla.
Esta es una de esas canciones.

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