Ese
edificio de estilo modernista de la cubierta, el Flatiron Building, que semeja
la proa de un barco cortando el viento de la 5th avenue con Broadway, se
construye en 1902, obra del arquitecto Daniel H. Burnham. Durante algunos años
ostenta el privilegio de ser uno de los rascacielos más alto de Manhattan. Pero
no es tan alto como parece. Hoy destaca más por su belleza perfilada, por esa
apariencia sólida y escurridiza, la estabilidad de la cuña y su cualidad
aerodinámica que por sus dimensiones.
La
escritura de Muñoz Molina es también sólida y aerodinámica; escultórica en su
arquitectura, como el Flatiron Building. Airea su vida, se autobiografía como
si él fuese una ciudad llamada Nueva York. Nueva York, por su parte, nos parece
tan Antonio Muñoz Molina en estas páginas que la ciudad puede leerse como una
novela, ficción toda como una vida en perspectiva, como un sueño que comienza a
tomar forma pero que cuando se experimenta, cuando se constata, cuando se
solidifica, se desploma, como las torres del World Trade Center.
El
arte de los museos, la arquitectura, los locales de jazz, el vértigo de una
ciudad fulgurante y peligrosa observada desde sus ventanas, la sugestión del
paseante que se cree invisible y que todo lo observa con curiosidad obsesiva
porque alimenta la ilusión de aprehenderlo y de llevárselo a casa para siempre.
Eso nos encontramos en Ventanas de Manhattan. Describe mucho, y en ocasiones
reflexiona sobre lo que ve, pero es más importante el apunte, el registro de la
ciudad que muda a cada instante. También es historia. Son interesantísimas esas
páginas en que cuenta de primera mano el colapso del 11 S. Hemos podido saber
de ese acontecimiento histórico por telediarios, periódicos, documentales,
obras ensayísticas o divulgativas, pero nunca desde la perspectiva de un
novelista con las cualidades literarias de Muñoz Molina.
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