martes, febrero 18, 2020



Decía Francisco Umbral que la vida es una mala novela, que no tiene talento narrativo. Amén de la genialidad la frase, la apreciación es certera. La vida vista como un todo y desde cierta perspectiva no despierta ningún interés. Poca emoción en una trama lenta, previsible y bastante inclinada a un determinismo social y económico que poco o nada recuerda a una obra maestra del ingenio narrativo.

La vida en general es común y pedestre, no así la de ciertas personas que por mor de sucesos extraordinarios se convierten en personajes.
Imagínense a alguien que haya vivido de primera mano: el descubrimiento de América, el Renacimiento en Roma,  el Humanismo y a su mentor Erasmo de Róterdam en Venecia, los primeros compases de la imprenta; que conociera a Lutero, que viviera y se educara en la Corte de los Reyes Católicos, y después fuera en la comitiva imperial de Carlos V. Alguien que además sacara tiempo para embarcarse en los siguientes proyectos: elaboración de uno de los primeros diccionarios de latín, de una descripción minuciosa del territorio español, milla a milla. Creación de una biblioteca enciclopédica en la que reunir todo lo publicado hasta su época. Para esto último Hernando Colón recorre a caballo Europa buscando libros, comprando y enviándolos en barcos o en carretas hasta Sevilla. Así viaja a Venecia, Núremberg, Colonia, Maguncia, Basilea, Londres y finalmente Francia.  Es pionero en la elaboración de catálogos, obsesivo en crear listas. Realiza el Libro de los epítomes (resúmenes), Libro de las materias. Su idea es crear una Biblioteca Universal, con todos los idiomas y épocas, impresos y manuscritos. 15000 volúmenes sin incluir muchos más que naufragaron. Hernando había acercado la sabiduría del universo a España, a Sevilla, a su casa de la Puerta de Goles.


Me gusta imaginármelo a caballo por toda Europa, en busca de libros, acompañado por un par de los mejores bibliotecarios del momento a los que contrata por casi nada. Les prometía acceso a cientos de libros escritos en árabe en su biblioteca de Sevilla. Y los libros en árabe para un bibliotecario erudito de Alemania, Países Bajos, Italia era algo inaudito. Los países islámicos (especialmente los persas) fueron maestros en la encuadernación en cuero. Es de destacar la encuadernación árabe hecha en España, mudéjar.
Otra cosa que me ha fascinado es que prefiriera los impresos a los manuscritos. Me sorprende debido al prestigio de los valiosos manuscritos. El impreso aún no tenía mucho valor. Fue un visionario, iba a contracorriente.
Las grandes bibliotecas privadas de nobles, aristócratas, reyes etcétera albergaban en el siglo XVI sobre todo obras manuscritas, selectas y, por lo general, en latín con preferencia hacia unas pocas materias consideradas entonces las disciplinas más elevadas: matemáticas, medicina, teología.
Pero Hernán Colón, y aquí está lo fascinante, soñaba con una biblioteca en la que tuvieran cabida todas las obras, mostrando preferencia por pequeños opúsculos, impresos baratos, ocasionales, ephemera, literatura gris de entonces. No quería joyas carísimas sino registrar todo lo que pensaba la gente de su época. Cuando llegaba, por ejemplo, a Venecia o Amberes no compraba a las grandes casas editoriales, se iba a pequeñas librerías. Fue un incomprendido, lo tomaron por loco o por un extravagante que almacenaba todo tipo de papeles sin valor. El valor de su colección a ido creciendo con el tiempo, pero en su época no era muy valorada.

Este es un libro excepcional, por la novedad de los datos y por el vacío que existía sobre el erudito, cosmopolita, descubridor, bibliófilo, bibliógrafo e hijo espurio de Cristóbal Colón, Hernando Colón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario